domingo, 29 de julio de 2012

RECORRIDO POR LOS FAROS DE PORTUGAL- TERCERA PARTE-DEL BLOG EN LA SOLEDAD DEL FARO


La noche en Nazaré ha sido tremendamente tranquila. Algunas veces me gusta pasear por las ciudades, incluida la mía, de noche, cuando las calles se quedan solas, cuando apenas hay tráfico de coches y los pasos de alguna persona se oyen acercarse y después alejarse por la acera de enfrente.  Ayer tarde Nazaré estaba llena de gente que tomaba el sol, que  paseaba por la avenida que da al mar, por el largo del Elevador…  cuando se hizo la noche las calles se quedaron solas. La soledad, la noche, el mar…  yo.
Hoy el primer destino debería ser el faro de Cabo Carvoeiro, en Peniche (en Portugal hay dos cabos con este nombre y en ambos hay un faro) pero viendo anoche en la habitación del hotel el camino a seguir, un poco para ver si hay algo que pueda ser interesante y un poco para evitar una nueva sorpresa de Martita decidí hacer un pequeño desvío y una paradita para ver una aldea llamada Baleal que está en una especie de península liliputiense.
Baleal está sobre un pequeño promontorio unido a tierra por una lengua de arena de unos 300 metros de larga y 100 de ancha que hace de playa a ambos lados y por la que discurre una estrecha carretera completamente recta casi cubierta por la arena.  Merece la pena, si se anda cerca, desviarse, dejar el coche a la entrada y dar un pequeño paseo por sus calles.  Y una vez hecho esto y recogida la arena correspondiente es cuando en el navegador marco las coordenadas del faro de Cabo Carvoeiro, en Peniche.
Este faro está al final de la carreta que circunvala la ciudad y desde la que hay preciosas vistas al mar y tiene, hasta el momento, un record: el de tener el farero más desagradable de todo Portugal.  Igual el ser lunes y primera hora de la mañana no ha sido buen momento para entrar en la parcela farera.

El actual, de 27 metros de altura y un plano focal de 57 metros entró en servicio en el año 1.886. Antes, en 1.790 se levantó un primer faro cuya altura era de 21 metros, uno de los primeros que existieron en las costas portuguesas, pero una comisión de la Marina en 1.881 lo calificó como “inadecuado”, por lo que se demolió y en su lugar se levantó el actual, una torre cuadrada de piedra sobre la que se encuentra la linterna y la galería, ambas pintadas de rojo.  Cabo Carvoeiro es uno de los cabos más importantes del litoral luso y se dice que durante siglos una luz instalada en la torre de la capilla de Nossa Senhora de Vitoria, hoy en día demolida, sirvió de guía a los hombres de la mar en estas aguas.

El faro de Cabo Carvoeiro fue automatizado en 1.988, tiene un alcance de 15 millas marinas y emite 3 destellos rojos cada 15 segundos siendo uno de los más importantes de la costa portuguesa.
Si hablamos de Finisterre todos pensamos en Galicia, pero hay muchos finales de la Tierra en este mundo y ahora mismo 150 kilómetros me separan de uno de ellos: El Cabo da Roca.
El faro del Cabo da Roca no es un faro muy espectacular; si no fuese por su linterna no llamaría la atención ni  por su tamaño, ni por su altura. Otra cosa es su situación. Puestos junto a él, mirando hacia el mar, tenemos delante miles de kilómetros de océano. Detrás toda Europa. A escasos 200  metros una placa con una frase de Luis de Camoes:


CABO DA ROCA,
AQUÍ…
ONDE  A  TERRA  SE  ACABA
E  O  MAR COMEÇA.

Llegar al Cabo da Roca es sencillamente eso: llegar a  donde se acaba la tierra y el mar comienza. Pocas veces un faro puede representar tan bien esta unión entre las inmensidades, tan diferentes, de un continente y de un océano. Aquí, en este fin del mundo, es imprescindible alejarse un poco del aparcamiento donde siempre hay coches o algún autobús y seguir el sendero que corre paralelo al precipicio, mirar el mar, los acantilados sobre   los que descansa el faro, la costa que se aleja hacia el sur… nos creemos dioses que están por encima de todo pero... que poca cosa somos comparados con este mar, con esta naturaleza.
El faro de Cabo da Roca fue mandado edificar en 1.758 y entró en funcionamiento 14 años después, en 1.772. Es una torre cuadrada de 22 metros de altura cubierta de azulejos blancos y remates de piedra vista en aristas y cornisas mientras que la linterna está pintada, como la mayoría de las que he visto hasta ahora, de rojo. El promontorio donde se encuentra fue llamado por los romanos "Promontorium Magnum"; y  no les faltaba razón: a pesar de la relativa escasa altura del faro, 22 metros, su plano focal se encuentra a 165 metros sobre el nivel del mar. Sin embargo y a pesar de la importancia geográfica del lugar  la luz de este faro no es tan importante para los navegantes como lo son las del faro de Cabo Carvoeiro al norte y Cabo Raso al sur. Tal vez por ello el faro estuvo descuidado durante muchos años  y su lente no era de gran potencia. Hoy en día usa una óptica Fresnel de tercer orden con una lámpara de 3.000 watios que le da un alcance de 26 millas marinas. A pesar de estar automatizado desde 1.990 en sus instalaciones vive un equipo de 3 fareros que cuidan de su buen funcionamiento para que siga guiando a los hombres de la mar con sus 4 destellos blancos cada 18 segundos.
No es fácil irse de este sitio,  hay algo en él que hace que te detengas antes de llegar al coche, que vuelvas la cara y mires de nuevo el faro, el mar…  pero la ruta de los faros portugueses sigue y en ella  quedan aun muchos  faros que ver. El siguiente Cabo Raso.
De uno a otro faro hay 15 kilómetros y la carretera que los une discurre casi por completo por el interior. Solamente cuando falta menos de 3 kilómetros vuelvo a ver la costa, una playa ancha que poco antes del faro se convierte en una zona rocosa donde el oleaje rompe con fuerza. ¿Olas rompiendo contra las rocas y zona para aparcar? Imposible no pararme a verlo y a hacer fotos.  
La zona podría decirse que es un pequeño acantilado de no más de 5 metros de altura pero con una particularidad. Es el mismo tipo de piedra que existe al norte del Cabo de San Vicente, en Pontal, y lo mismo que allí aquí la piedra del acantilado está perforada por la acción del mar. Se han formado pequeñas grutas que comunican con la superficie. En ella unos orificios expulsan casi pulverizada  parte del agua que rompe contra el acantilado mientras producen un silbido impresionante.  Tiene razón quien piensa que cualquier día me caigo por un sitio así.

2 minutos de carretera y a mi derecha el faro de Cabo Raso. Edificios blancos, como si  estuviese en Andalucía, y faro como los primeros que vimos en este viaje: torre roja de hierro forjado, como en Esposende, Fuerte de Santiago, Santa Catarina…  Esta torre mide 13 metros y su plano focal es de 23 metros.  Fue puesto en marcha en 1.894 sustituyendo a una torre de madera que existía en el mismo lugar. Se automatizó en 1.984, ofrece 3 destellos blancos cada 9 segundos con un alcance de 20 millas.

Los faros de vez en cuando  me recuerdan a las personas; Muchas veces nos dejamos encandilar por el aspecto exterior y en él basan casi todo mucha gente; éste de Cabo Raso, por ejemplo, tiene un aspecto sencillo, no destaca aparentemente por nada ni, a simple vista, parece que tenga mucha importancia. Sin embargo es uno de los más importantes de esta costa ya que marca un giro en ángulo recto en la línea de costa en el extremo noroeste de la bahía de Lisboa. Sería, de ser humano, una de esas personas que hacen su trabajo, que ayudan a otros, y que nunca lo pregonan ni se vanaglorian de ello.

El siguiente faro está a 5 kilómetros y es uno de los más bonitos de Portugal y del que los portugueses que aman este tipo de construcciones están más orgullosos: Es el faro de Guía, en Cascáis.

Es una torre octogonal de 28 metros de altura recubierta de azulejos blancos y con su plano focal a 58 metros sobre el nivel del mar. El techo de su linterna está pintado de rojo.  Las luces de este faro, junto a la del faro de Santa Marta, sirven para señalizar el acercamiento al puerto de Lisboa a los buques que están en la mar y para marcar la salida a través de la barra del río Tajo a los que lo dejan.

Esta zona de la costa portuguesa siempre ha tenido una importancia capital para la navegación. Ya en 1.523 D. Luiz de Castro dona unas tierras de su propiedad para la construcción del monasterio de Nuestra Señora de Guía con la condición de que los monjes del monasterio mantengan encendidas cada noche 5 lámparas de aceite que sirvan para orientar a los barcos. Esto se mantiene hasta que el terremoto de Lisboa de 1.755 destruye casi en su totalidad el monasterio. Este tramo de la costa queda a oscuras y en febrero de 1.758 el Marqués de Pombal manda construir 6 faros, entre ellos el de Guía. El faro se automatizó en 1.982 y tiene un alcance de 19 millas.
Cascáis es el sitio elegido para hacer noche y en teoría mañana toca comenzar aquí mismo con el próximo faro, el de Santa Marta, pero después de ducharme y descansar un rato decido salir con la cámara a hacerle algunas fotos. No acompaña la geografía ni la hora: el sol de frente y una obra pegada al mismo faro hacen imposible sacar una sola fotografía medianamente buena. Un paseo por el puerto, una cerveza en una terraza mirando al mar y a la vuelta, con el sol ya puesto, las primeras fotos del faro de Santa Marta. Mañana por la mañana el resto.

lunes, 23 de julio de 2012

RECORRIDO POR LOS FAROS DE PORTUGAL- SEGUNDA PARTE- DEL BLOG EN LA SOLEDAD DEL FARO


He pasado la noche en Foz do Douro, donde el Duero se entrega al Atlántico. Es bonito tener al mar por vecino, levantarse temprano, antes casi de que amanezca, y dar un paseo por su orilla, oliendo a sal, sintiendo que, en cierto modo, el mar se sale del mar e invade el aire. Y así es como he comenzado hoy el día: paseando junto al mar, por la playa. He cruzado el paseo marítimo y he tomado un café y un pastel. No es que me gusten mucho los dulces, pero estos portugueses me atraen sobremanera.
Tiene la “pastelaria” una cristalera que da al mar y desde ella se ve el espigón en cuyo extremo está el “farolim” de Felgueiras.  Una vez dejas la playa el camino de piedras y  hormigón se adentra en el mar  unos 200 metros.  A la derecha, hacia el norte, queda la playa y al lado opuesto, a menos de 40 metros, otro espigón más grande y más largo (y  supongo que mucho más moderno) que éste por el que camino hacia el farito. Justo detrás de ese otro espigón la barra del Duero, breve camino de entrada desde el mar a Oporto.
Este faro se construyó en 1.886 y estuvo funcionando hasta 2.009, desde entonces tan sólo su aviso sonoro para los días de niebla sigue en funcionamiento.  Es una torre de piedra, con forma hexagonal y 10 metros de altura cuyo plano focal se encuentra a 17 metros sobre el mar. Tanto la linterna como su barandilla y las ventanas están pintadas de color rojo.


Unos 90 kilómetros me separan del siguiente faro, el de Aveiro, que con sus 62 metros es el más alto de Portugal y el segundo más alto de la península Ibérica superado solamente por el de Chipiona. Su plano focal se encuentra a 66 metros sobre el nivel del mar y es una torre troncocónica a franjas horizontales blancas y rojizas que arranca, casi casi, desde la mismísima playa. La linterna está pintada también de rojo.

El faro de Aveiro comenzó a construirse en 1.885 con un proyecto del ingeniero Benjamín Paulo Cabral y se terminó en 1.895 bajo la dirección de María de Melo e Mattos siendo electrificado en 1.929.  Da 4 destellos blancos cada 13 segundos y su alcance es de 23 millas marinas. A la linterna se subía por una escalera de caracol de 271 escalones. Al parecer alguien pensó que 271 escalones son muchos escalones y en 1.958, en el hueco de la escalera, se instaló algo nada frecuente en los faros: Un ascensor.

Delante del faro se levantaron unos diques para protegerlo de la furia  del mar en los días de tormenta. Desde el extremo del dique sur hay una vista preciosa del faro, la playa y la pequeña porción de mar que queda entre ella y nosotros.


El siguiente faro,  el de Cabo Mondego, es un faro que, en condiciones normales, la primera vez que se ve lo tenemos casi 100 metros por debajo de nosotros.  A él se llega desde la localidad de Serra da Boa Viagen, por una carretera que sube y baja entre curvas y árboles y que se va adentrando sin que nos demos cuenta en el cabo. De repente, tras una curva cuando ya comenzamos a descender hacia el mar, aparece el océano inmenso y a los pies del cabo el faro.

La linterna, pintada de blanco y con la cúpula  y la barandilla de color rojo, descansa sobre una torre cuadrada de mampostería teniendo una altura total  de 15 metros  y con el plano focal a 97.  A sus lados posee varios edificios para casa de farero, almacenes y demás. Se construyó en 1.858 y no se automatizó hasta 1.988. Hoy en día tiene un alcance de 28 millas.
Este faro, sin ser el más grande, ni el más original, es sin duda el que más me ha impresionado hasta ahora al verlo: La carretera que serpentea, la sierra que se precipita hacia el mar, el azul inmenso a tus pies, el faro entre una y otro… un paisaje impresionante y una visión, ésta, que tardará mucho tiempo en borrarse.
En mi camino hacia el sur la próxima parada es Figueira da Foz, a unos 10 kilómetros del faro de cabo Mondego. La carretera desde el faro hasta la ciudad se llama, como en otros lugares, Rúa do Farol. Es bonita, a veces entre árboles y a veces asomándose al mar… me gusta a mi esta costumbre portuguesa de llamar así a las carreteras que van a los faros, creo que es una señal de cariño, de respeto y de darle a la torre, sea cual sea su tamaño y su forma, la importancia que tiene para la gente de la mar.

Desde que entro en Figueira hasta casi su salida la carretera se convierte en una avenida que va paralela a la costa, una playa de casi 5 kilómetros de larga. Al final, el río Mondego, pone fin a la playa y a la ciudad. Y es aquí, en la avenida de Espanha, donde está el siguiente faro: el del Fuerte de Santa Catarina.
Es una torre cilíndrica de hierro fundido, muy parecido a los de Viana do Castelo o Esposende, de 10 metros de altura pintada de rojo tanto la torre como la linterna y la barandilla que se instaló en 1.886 y que estuvo activo hasta  1.968. Estos faros son una especie de torre prefabricada de origen francés y éste, al igual que otros similares, también se encuentra sobre los muros de un fuerte, en este caso el de Santa Catarina, de finales del siglo XVI. Estos fuertes estaban construidos en lugares estratégicos, éste en concreto en la orilla norte de la desembocadura del río Mondego que, 45 kilómetros aguas arriba,  besa la preciosa ciudad de Coímbra.

Después de almorzar toca un paseo de 90 kilómetros hasta el siguiente faro. Un paseo en teoría porque Martita, mi guía del navegador, se empeña en enseñarme una carreterita estrecha, entre pinos, que a los pocos kilómetros se convierte en un camino más estrecho lleno de socavones por el que debe hacer años que no pasa nadie. Se complica todo un poco porque el camino no aparece en el mapa, el teléfono no tiene cobertura y yo no tengo ni la más remota idea de donde estoy. Pero, como dice mi amiga Maite, al final todo acaba bien. En este caso por acabar bien se entiende volver a una carretera asfaltada aunque sea  sin señales de tráfico ni postes kilométricos que te informen de nada. Y como toda carretera ésta termina pasando por un pueblo. A partir de aquí  vuelve la normalidad y unos minutos más tarde una recta interminable me lleva al faro de Penedo da Saudade, junto a Sao Pedro do Moel.
Es una torre cuadrada de mampostería con la linterna pintada de rojo, muy parecido al de Montedor, con una altura de 32 metros y un  plano focal de 55 construido en 1.912 y automatizado en 1.980.
Este faro, pese a tener un alcance de 30 millas, no representa un punto especialmente importante de la costa sino que se encuentra a mitad de camino entre las luces de Cabo Mondego y la de la isla  Berlanga. Y precisamente a Cabo Mondego trasladaron en 1.921 la óptica original de este faro cuando la cambiaron por una más potente.
 A ambos lados de la torre, que está a pie de carretera, se encuentran dos construcciones con la casa del farero, almacenes y demás.
Ahora la carretera hasta el próximo destino si es un paseo. A 25 km. Está Nazaré, localidad antaño marinera y hoy volcada, tal vez demasiado, en el turismo. Aquí, en otro fuerte, está  uno de los faros menos visibles de este viaje ya que de él solamente es posible ver su linterna pintada de rojo.

El faro está en un pequeño saliente  de la costa al que se llega por una carreterita que, en 300 metros, salva un desnivel de 50 metros. Al final de ella, de frente, el fuerte de San Miguel, construido en 1.577 y sobre sus muros el faro que, en este caso, se limita prácticamente a la linterna. Fue instalado en 1.903, también es de fundición de hierro, con 8 metros de altura y con el plano focal a 50 metros sobre el nivel del mar. También posee sirena de niebla.
La pequeña fortaleza tiene por su lado derecho una escalera primero de piedra y después metálica que baja por la pared del acantilado hasta un mirador que hay bajo el faro y bajo el mismo fuerte. La bajada impresiona y hay que hacerla con sumo cuidado aunque tanto la sensación como las vistas merecen la pena.
Y una vez visto este faro toca descansar. Tengo hotel en el mismo Nazaré. Después de una buena ducha un paseo al elevador (justo enfrente del hotel) para subir al barrio alto desde el que hay unas vistas preciosas de la playa al anochecer. La pena, si acaso, que el elevador es un vagón moderno, estéticamente frío y sin el menor encanto, muy lejos del que había hace unos años. Me vienen a la cabeza los tranvías de Lisboa y me asusta pensar que dentro de unos años sufran la misma tragedia.